Rio Valdivia, Marzo 2024

A orillas del río Valdivia, la vida respira en escalas de carbón y bruma. Esta serie, capturada en marzo de 2024, no documenta el transcurso de los días, sino su espesor. La luz, tallada en negro, revela no tanto formas como presencias. En cada imagen, un fragmento del río se pliega sobre sí mismo, susurrando historias que no caben en palabras.

En la primera fotografía, un hombre maniobra su bote entre embarcaciones turísticas. No hay espectáculo, solo trabajo. Su cuerpo inclinado conversa con el agua, con los remos, con la tarea que se repite cada día sin testigos. Aquí el río no es postal: es sustento.

Luego, los habitantes alados de esta costanera toman el protagonismo. Un cormorán se posa sobre el cable como un signo de puntuación entre cielo y agua. Su perfil recortado no vuela: observa. Más adelante, los buitres —habitantes de la frontera entre la vida y su residuo— se entregan al banquete de lo que fue pez. No hay violencia, solo función. Uno de ellos, al borde del plano, nos mira con la distancia precisa entre sospecha y aceptación.

Una pareja de lobos marinos cierra la serie, girando sus cabezas hacia un punto fuera del cuadro. Sus cuerpos brillan como piedra mojada. No rugen, no huyen, no posan. Permanecen. Como si supieran que la cámara no busca héroes, sino la persistencia del cuerpo en un mundo que no espera.

Esta serie no embellece el río. Lo escucha.
Y en ese escuchar, se revela algo más hondo:
la vida que se acomoda, sin estridencias,
en la fisura entre el comercio, el silencio y la espera.